Nací en Zaragoza en 1902, con una clara vocación: ser médico. Cuando pedí permiso a mi padre para estudiar medicina, me dijo: “No es carrera propia de mujer”.
Tras estudiar por imperativo paterno Magisterio, me matriculé en Medicina, donde terminé la carrera con matrícula de honor en todas las asignaturas. En mi promoción nos licenciamos 97 hombres y 2 mujeres.
En Zaragoza establecí mi primera consulta en una habitación de casa, anunciándola así: Consultorio médico para mujeres y niños. Consulta de tres a seis. Especial para obreras, de doce a una.
Cuando nos trasladamos a Madrid atendí la consulta de la CNT, donde militaba, porque me habían impactado sus ideales de libertad e inconformismo. Por eso, en mis conferencias y escritos, abogué por la igualdad de oportunidades y de trato entre hombres y mujeres: La mujer quiere ser atendida, no tolerada; quiere ser igual, no inferior; tener un salario digno, no menor que el hombre si su trabajo es de igual calidad; no permanecer relegada a un segundo término y destinada a eclipsarse y desaparecer ante el varón.
Trabajé sin descanso cada día (domingos y fiestas igualmente), hasta más allá de la medianoche, pues no hay para subsistir más que el producto del propio esfuerzo.