Fundación Seminario de Investigación para la Paz
Tras la Segunda Guerra Mundial, Alemania era un país devastado que había que reconstruir (literalmente). Para ello, hacía falta una cantidad ingente de mano de obra, pero el número de trabajadores alemanes autóctonos se revelaba insuficiente para cubrir la demanda del mercado.
Se ideó entonces un programa de captación de trabajadores extranjeros para poder hacer frente a las necesidades de la economía: el programa Gastarbeiter o “trabajadores invitados”. En 1955, Alemania firmó su primer acuerdo de contratación con Italia, luego lo hizo con Grecia, Turquía, España y Portugal.
La idea era sencilla: como había que cubrir de manera urgente puestos de trabajo poco cualificados en la minería, la industria, el automóvil, la siderurgia o el trabajo doméstico, se permitiría la contratación de inmigrantes. Estas personas vendrían a trabajar de forma temporal (de ahí el “invitados”) y regresarían a su país cuando el mercado de trabajo alemán ya no les necesitara.
A nadie se le pasó por la cabeza que estas personas se quedarían de forma permanente y, seamos sinceros, tampoco nadie lo deseaba. Pero cuando se puso fin al programa Gastarbeiter tras la crisis económica de 1973, no sólo los trabajadores invitados se quedaron en Alemania, sino que se fueron uniendo a ellos sus familiares a través de programas de reagrupación familiar y solicitudes de asilo.
Obcecadas por entender la inmigración exclusivamente desde el ámbito laboral, las autoridades alemanas no se molestaron en poner en marcha políticas de integración y de cohesión social. No quisieron o no supieron entender que esos trabajadores italianos, turcos, griegos y españoles, sus hijos y sus nietos se iban a convertir en parte integrante de la República Federal del futuro.
Es en este contexto que, en 1965, el escritor suizo Max Frisch pronunció la frase que da título a este artículo: “Queríamos trabajadores y han venido personas”. Entendió que nos equivocamos enfocando la inmigración únicamente desde un prisma economicista, utilitarista y temporal. Entendió que nos equivocamos ignorando la dimensión humana de los movimientos de personas.
Si uno escucha hoy la mayoría de los discursos políticos y mediáticos en España, se queda con la sensación de que lo que queremos son inmigrantes, pero en horario laboral
Sesenta años después de Frisch, todo indica que no hemos aprendido de los errores que otros cometieron en el pasado y seguimos considerando a los extranjeros como un mero recurso para alimentar el mercado laboral.
Si uno escucha hoy la mayoría de los discursos políticos y mediáticos en España, se queda con la sensación de que lo que queremos son inmigrantes, pero en horario laboral.
En nuestro país nadie lo expresó mejor ni más cruelmente que el alcalde de El Ejido durante los sucesos racistas acontecidos en esa localidad almeriense en el año 2000 cuando dijo: “A las ocho de la mañana todos los inmigrantes son pocos, a las ocho de la tarde sobran todos”.
Sesenta años después de Frisch, seguimos empeñados en querer trabajadores. Y seguirán viniendo personas. Personas con sus idiomas, sus formas de vestir, sus gastronomías, sus religiones, sus culturas, sus formas de entender el mundo, sus fiestas, sus aspiraciones e incluso sus miedos y frustraciones. Pero en lugar de debatir sobre un modelo inclusivo de convivencia pacífica, sólo hablamos de la modalidad de los contratos.
Nuestros trabajadores invitados y sus hijos tienen y tendrán el derecho a reclamar el lugar que les corresponde en la sociedad como ciudadanos de primera, no de segunda.
Y habrá que hacerles un hueco también de ocho de la tarde a ocho de la mañana.
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