Presidenta de ZEPYME
A finales de este año entrará en vigor la Ley de Apoyo a la Empresa Familiar de Aragón, una norma largamente esperada que viene a reforzar su seguridad jurídica, a modernizar su marco legal y a ofrecer herramientas más claras para afrontar uno de los mayores retos que tiene cualquier empresario: el relevo generacional.
Quisiera, en primer lugar, subrayar que detrás de cada empresa familiar hay mucho más que balances y cifras. Lo que se transmite de una generación a otra es, sobre todo, patrimonio vital: el esfuerzo de un emprendedor que un día convirtió su idea en un proyecto; la constancia de quienes lo hicieron crecer en tiempos de bonanza y de dificultad; la visión de quienes han sabido mantenerlo arraigado en su territorio, dando empleo, innovando y sosteniendo comunidades enteras. Ese patrimonio intangible —la cultura del esfuerzo, la visión empresarial, el compromiso con la tierra— es tan valioso como los activos materiales que figuran en los balances contables.
La nueva ley se centra en tres aspectos que considero fundamentales: reforzar la seguridad jurídica, aclarar dudas que se habían planteado en torno a las transmisiones patrimoniales y ampliar los beneficios fiscales en supuestos concretos como el ahorro empresarial, los pactos sucesorios o las transmisiones a partir de determinada edad. Esta mayor claridad normativa aporta confianza y facilita que las familias empresarias puedan planificar con tiempo el relevo, sin la incertidumbre que tantas veces retrasa decisiones clave.
El relevo generacional es, quizá, el mayor desafío para la empresa familiar. No se trata únicamente de una cuestión técnica, sino también emocional y estratégica. ¿Cómo realizar el relevo? La respuesta pasa por la anticipación, la planificación y el diálogo entre generaciones. No hay recetas únicas, pero sí principios compartidos: preparar con antelación, formar a las nuevas generaciones en la gestión y la cultura de la empresa, y utilizar las figuras jurídicas adecuadas —como las fiducias o los pactos sucesorios— para garantizar que la sucesión no ponga en riesgo ni la continuidad del proyecto ni la cohesión familiar.
Debemos entender la empresa familiar como un patrimonio colectivo. No porque sus bienes pertenezcan a todos, sino porque sus efectos se extienden mucho más allá de la familia propietaria: crean empleo estable, dinamizan territorios rurales, sostienen cadenas de valor y transmiten a la sociedad un modelo de compromiso que va más allá de lo económico.
Como presidenta de CEPYME, celebro la aprobación de esta ley, pero también quiero lanzar un mensaje a nuestras empresas familiares: la norma es una palanca, no una solución en sí misma. El éxito dependerá de la responsabilidad con la que las familias empresarias la utilicen, de la formación que otorguen a las nuevas generaciones y de la profesionalización con la que afronten la gestión y la sucesión.
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