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Mónica Ojeda: «Creo que uno baila con sus heridas, sus traumas y su duelo»

Laura Latorre Molins

Periodista y escritora

Mónica Ojeda
Escritora

Charlamos con Mónica Ojeda sobre su última novela, ‘Chamanes eléctricos en la fiesta del sol’ (Random House), que presentó recientemente en Zaragoza

Me llama la atención esa violencia que estructura la novela sin estar del todo explícita. ¿Cómo decides que sea un elemento vertebrador?

La violencia es central y a la vez no es la principal protagonista de la novela, porque la protagonista es más bien la emoción de la búsqueda que tienen los personajes por encontrar un refugio. Pero como ves es muy importante la violencia porque ellos salen de contextos radicalmente hostiles. Por eso están desamparados buscando un refugio y un amparo en la música, baile y poesía. Buscan esa posibilidad de reimaginar un futuro y reinventar el cuerpo a través del goce que te produce la música.

Además, la música no aparece como una evasión sino como elemento político.

Sí. Además, creo que es un dinamitador de una experiencia introspectiva. Creo que la música facilita eso. No solo manda al cuerpo hacia el lugar del disfrute y del goce, sino que también es capaz de tocar zonas que están mudas en el cuerpo, que no tienen palabra y de repente permite que todo eso salga. Por eso conecta con la pesadilla, con lo que tiene que ver con la música. La música conecta con todo eso. Por eso Nietzsche dice que el oído es el órgano del miedo. Porque hay una conexión entre la escucha, lo sensorial, lo sonoro y las partes más ocultas que habitan en la psique humana.

Quería explorar todo esto porque hay personajes muy traumatizados, que han vivido la muerte y la pérdida muy de cerca.

Además, la música es un arte con el que conectas rápidamente, sin tener tiempo de procesarlo de manera racional.

Sí, a mí me encanta la música por eso. Porque va a una velocidad mayor que la velocidad de la palabra, como el cuerpo, que también va a una velocidad superior a la de la palabra. Siempre a nuestro cuerpo le pasan cosas y nosotras estamos todo el tiempo tratando de palabrar lo que nos pasa pero después de que nos ha pasado. La música es eso, por eso muchas veces escuchas una canción, te pones a llorar y no sabes por qué. Es algo innominado. A mí eso me produce una gran atracción, por eso quería trabajarlo.

Transmitir la música con palabras es todo un reto.

Sí, es casi antinómico. Pero sí, yo lo intenté.

Otra de las reflexiones que se pueden extraer es que la violencia puede generar violencia a las personas que escapan de ella. Mario, por ejemplo, es una persona iracunda pero que decide transformar esa ira en baile.

Yo creo que uno baila con sus heridas, sus traumas y su duelo. Bailas con todo lo que te ha pasado y ese es el cuerpo que danza. Asimismo es el cuerpo que escucha, que recibe la música y baila y uno baila con su propia historia personal. Ahí creo que hay una cosa muy viva. Un cuerpo nunca está vaciado, siempre está lleno de cosas y tú haces todo con toda esa llenura. La vida la haces con esa llenura.

La búsqueda del padre es otro tema central en la novela. ¿Es por la necesidad de buscar respuestas en nuestros orígenes?

Sí, yo creo que es una búsqueda imposible la que hace Noa porque es la búsqueda de interpelar a quien te ha abandonado y preguntarle “Padre, ¿por qué me has abandonado?”. Que es la pregunta judeocristiana básica pero que nos habla de cerca a todos con esa emoción que creo que muchos hemos sentido de preguntarnos cosas que sabemos que nunca nadie nos va a poder responder porque nadie nos va a responder por qué no nos amaron. Esa pregunta de “¿Por qué no me amaste?” no tiene respuesta. Por lo menos no tiene una respuesta lógica o que nos vaya a satisfacer nunca. Ella va directamente a buscar algo que no la va a satisfacer. Pero va porque yo creo que siempre buscamos en nuestros padres, en nuestro lugar de origen, en nuestra casa natal, una especie de respuesta a la pregunta de quiénes somos. Como si fuera un oráculo de Delfos. Como si nuestros padres nos pudieran decir quiénes somos y quiénes seremos. Uno va como si fuera a buscar una profecía. Noa va a buscar a su padre como si pudiera encontrar en él una profecía. Es una búsqueda imposible, pero ella siente que va a encontrar una respuesta y, de cierta manera, no encuentra la respuesta que buscaba pero sí una especie de respuesta, pero no se la da el padre. Se la da el propio ejercicio de buscar.

¿Crees que nos cuesta asimilar que somos fruto del azar y que necesitamos creer en el destino, en una explicación que nos deje más tranquilos?

Sí, sí. A veces, cuando estás en un contexto de violencia, pérdida, muerte y duelo lo que buscas es encontrar gente que te cuide y que tú puedas cuidar y cuando alguien decide no cuidarte e irse, se te resquebraja todo el mundo. Dices: “si solo hay muerte y duelo y abandono de la única persona que tendría que haberme querido, ¿qué me espera en el mundo? ¿Quién me va a querer?”. Ahí hay una herida abisal en el personaje de Noa y que ella está intentando de coser de alguna manera. Por eso busca al padre.

Noa es la protagonista, pero la conocemos por lo que otros cuentan de ella, aparece bosquejada por el resto de los personajes. ¿Tomaste la decisión por tomar distancia con la protagonista?

Sí, sin duda, y también vino inspirada por ‘El ruido y la furia’, de Faulkner, que es una novela donde la protagonista nunca aparece, está siempre, pero contada a través de otras voces que hablan de ellas. Me encantó siempre la novela y me parece muy interesante ese recurso porque permite a la vez acercarte, pero mantener el misterio de la individualidad y el sujeto que no se termina de entender. Porque, a pesar de que es mostrada desde una especie de caleidoscopio, porque son muchas voces las que hablan de Noa, son varias perspectivas que no terminan de mostrar toda la forma. Ahí hay algo que creo que tiene que ver con mantener el misterio.

No es la única novela en la que hablas de violencia, es una constante en tu carrera. ¿Cómo te enfrentas a escribir sobre temas tan duros?

Siento que toda escritura, incluso la de ficción como es este caso, es autobiográfica. La ficción está llena de máscaras, pero en el fondo hay una experiencia muy de la vida de quien está escribiendo porque uno escribe siempre desde las experiencias tanto gozosas como dolorosas. A mí la violencia me llevó a migrar. La violencia en mi país y mi ciudad natal es histórica y lleva muchísimo tiempo afincada allí. Entonces mi escritura viene siempre de esa violencia, ya sea de la vida interior dentro de una casa, de las calles… aparece mucho el miedo como una emoción que es consecuencia de la violencia, de la fragilidad del cuerpo, de estar expuesto a muchos males, pero también aparece mucho el deseo. Mi escritura está llena de deseo y mis personajes están llenos de deseos siempre. Ese deseo a veces es voraz y a veces es violento también, pero a veces es solo un deseo de sobrevivir y a reclamar la vida por encima de toda esa muerte. Son personajes llenos de vida.

Ahora vives en España, pero en esta novela, Ecuador es protagonista. ¿Cómo te ha cambiado la perspectiva sobre tu país el tomar distancia geográfica?

Creo que el territorio es algo que se lleva en la carne. Siempre pienso en la geografía como un espacio emocional y sentimental entonces cuando uno emigra siento que de repente hay algo que se hace carne en la memoria, una mixtura entre una lengua, un espacio vital, unos cuerpos también que ya no ves pero que están en ese territorio vivo y termina emergiendo una escritura. Para mí la migración ha sido dolorosa y a la vez gozosa, como lo es la música, y siento que ha marcado mi escritura. Desde la distancia Ecuador, y todos esos paisajes que para mí más que paisajes son territorios vivos, han cobrado mucha fuerza. Quizá precisamente por la distancia. Por esa fuerza que cobra lo que no puedes abrazar, lo que no puedes tocar. La memoria se revela con esa distancia física y la memoria hace carne eso que no tienes delante y lo vuelve más fuerte. La memoria siempre se está revelando con la distancia física. Lo que no tienes enfrente te ocupa la cabeza de una forma muy potente.

Como cuando quieres huir de un problema, pero en realidad te lo llevas contigo.

Exacto, yo creo que la huida es imposible. Es una fantasía que nos creamos. No se puede porque todas las heridas están dentro y de tu cuerpo no puedes huir. Tu cuerpo y tu mente ya están marcados por lo que te ha sucedido.

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