Mujeres que son tesoros Opinión

María Moliner Ruiz

Vicky Calavia

Directora y productora de cine documental · Gestora cultural
www.vickycalavia.com

MARÍA MOLINER RUIZ
Bibliotecaria, filóloga y lexicógrafa 
(Paniza, 1900- Zaragoza, 1962) 

“María Moliner escribió sola, en su casa, con su propia mano, el diccionario más completo, más útil y más divertido de la lengua castellana.”

— Gabriel García Márquez, 1981

Nací en Paniza, el 30 de marzo del año 0. Un ama de cría acompañó mis sollozos infantiles hasta que mi familia se mudó a Madrid. Allí estudié en la Institución Libre de Enseñanza. Gracias a don Américo Castro, me interesé por la lingüística y la gramática. Don Giner de los Ríos decía de mí que era una niña poética.

Mi padre era médico y viajaba frecuentemente a la Argentina. Un buen día no volvió más. Fueron años de dificultades económicas. Tuvimos que volver a Aragón y me puse a dar clases particulares para ayudar a mi madre a sacar adelante la familia. Esto forjó mi carácter porque aprendí a superar adversidades y seguir adelante, con disciplina y firmeza.

Compaginé mi formación con el trabajo que conseguí en el Estudio de Filología de Aragón, donde colaboré con Juan Moneva en la realización del Diccionario aragonés, fundamental para mi posterior labor.

Me licencié en Historia, con las máximas calificaciones. Gané las oposiciones para el Cuerpo Facultativo de Archiveros, Bibliotecarios y Arqueólogos. Me destinaron al Archivo de la Delegación de Hacienda en Murcia. Allí conocí a un joven físico, Fernando Ramón Ferrando, con quien me casé. Tuvimos cuatro hijos y compartimos inquietudes intelectuales.

Mi amor por el lenguaje, por los archivos, por la organización de bibliotecas y por la difusión de la cultura me llevó desde entonces y hasta la guerra civil, a tomar parte activa en la política bibliotecaria estatal, colaborando con las Misiones Pedagógicas de la II República

Mi amor por el lenguaje, por los archivos, por la organización de bibliotecas y por la difusión de la cultura me llevó desde entonces y hasta la guerra civil, a tomar parte activa en la política bibliotecaria estatal, colaborando con las Misiones Pedagógicas de la II República.

Siempre he pensado que leer es un derecho espiritual del hombre y que la cultura debe llegar a cualquier persona y hasta cualquier rincón.

Tras la contienda, perdí mi puesto y me incorporé a la Biblioteca de la Escuela Técnica Superior de Ingenieros Industriales en Madrid, como “sanción” por mi labor durante la República. Las horas pasaban lentas… ningún alumno acudía a consultar libros.

Sentía que necesitaba invertir mi energía en algo que me llenara, y una tarde, sobre la mesa camilla del salón de casa, cogí un papel en blanco y un lápiz y empecé a confeccionar un diccionario, recogiendo las palabras y su uso en el lenguaje de la calle, que había ido coleccionando en mis viajes por España. Supe, desde ese momento, que iba a ser un diccionario único en el mundo.

Siempre he pensado que leer es un derecho espiritual del hombre y que la cultura debe llegar a cualquier persona y hasta cualquier rincón

Así pasaron quince años, en los que trabajé al salir de la biblioteca más de diez horas seguidas cada día. Elaboraba cada ficha a máquina y las revisaba y corregía a mano una por una. Empecé con hijos y acabé cargada de nietos…

Mi amigo Dámaso Alonso publicó en la Editorial Gredos la que sería mi única obra: el Diccionario de Uso del Español, en dos tomos que contenían más de 3000 páginas.

Tuvo una acogida desigual, puesto que era un diccionario muy raro, diferente a cualquier otro, por su estructura de familias de palabras y sus relaciones conceptuales, así como porque modifiqué definiciones de la RAE que discriminaban a las mujeres.

Quizás por eso, la propuesta de varios académicos de la lengua para que entrara en la institución, que hasta esa fecha sólo permitía el acceso a los hombres, fue rechazada…

De pronto, un día de verano no supe cómo se llamaba aquel objeto que sostenía en la mano donde bebía mi café… mi mente se quedó en blanco… día a día, poco a poco, se fueron borrando de mi memoria todos los nombres… fue como si desaparecieran las páginas escritas de mi diccionario hasta llegar a esa hoja en blanco donde un día empecé…

ENCUENTRA LA CALLE
Calle María Moliner: del Paseo Sagasta a la Plaza de Miguel Hernández (barrio de San José)

 

Artículo incluido en la edición en papel de la revista Actualidad de las Empresas Aragonesas de abril de 2021

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