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															Juan José Cubero Marín
Exprofesor titular de la Universidad de Zaragoza
jjcooperm@hotmail.com
Este delito, la corrupción, que destruye muchos recursos, tiene unas raíces muy profundas y además tiene una gran antigüedad: ya en el entorno del año 750 antes de Cristo, el profeta Amos se enfrentaba a los comerciantes judíos señalándoles que no debían disminuir las medidas de lo que vendían, aumentar los precios y usar balanzas con trampa para aumentar sus beneficios. Aristóteles y otros filósofos griegos, en el entorno de los años 350 antes de Cristo, insistían en la importancia de la ética para erradicar la corrupción.
En España la situación de la corrupción disfruta de buena salud; así lo indican los informes anuales de Transparencia Internacional por medio de su indicador I.P.C., Índice de Percepción de la Corrupción, con unan puntuación en 2.024 de 56/100, mientras que Dinamarca alcanza los 90/100, Finlandia 88/100 y Singapur 84/100 y para los más corruptos están Sudán del Sur con 8/100, Somalia con 9/100 y Venezuela con 10/100. España ha ido empeorando, bastando con señalar que, en 2005, teníamos 70/100 y por lo que se ve, vamos a empeorar en los próximos años, si no se hace algo por remediarlo.
Sobre este delito, se debe distinguir la corrupción política y la corrupción interna y externa de las propias organizaciones, lo que se haría acreedor a un curso que deberían impartirse en las empresas u organizaciones empresariales.
La corrupción se pone en marcha en el momento que dos partes se ponen de acuerdo para llevarla a cabo, pero si una de las dos no quiere, la corrupción desaparece. Por eso es importante la integridad de las personas responsables y saber decir no, y negarse a colaborar en una asociación delictiva, que con el tiempo llega a descubrirse y terminar en manos de la justicia. Por eso las empresas pueden hacer mucho por evitar la corrupción en cualquiera de sus modalidades, por aquello de que “dos no riñen si uno no quiere”, aunque algunas veces estas actitudes no suelen ser fáciles de llevar a cabo.
Las empresas pueden hacer mucho por evitar la corrupción en cualquiera de sus modalidades, por aquello de que “dos no riñen si uno no quiere”, aunque algunas veces estas actitudes no suelen ser fáciles de llevar a cabo
Todo esto se puede aplicar al ámbito de la corrupción política, aunque para la de tipo empresarial, se pretende ayudar por medio de regulaciones normativas, con sus correspondientes certificaciones: Diligencia Debida, Compliance, directiva y Ley del Informante, Sistemas de Gestión Antisoborno, Información de la Sostenibilidad, de aplicación en 2.028 y la directiva de Transparencia Salarial, que tendrá que aplicarse antes del 7 de julio de 2.026, para empresas de más de 250 empleados.
Como en otros ámbitos, para evitar la corrupción en las propias empresas, sería bueno disponer de un sistema de gestión interna que refleje “El conjunto de valores éticos que asume la empresa y facilita moralmente sus comportamientos, tanto internos como externos”, pero todo esto lo tienen que hacer las personas y el código de ética de la empresa, así lo tiene que reflejar.
De todos es sabido que hay áreas más conflictivas que otras, como pueden ser: compras, ventas, contabilidad y sus derivados, expediciones y logística, los propios CEOs, etc. Por eso es recomendable determinar el posible riesgo de que se produzca la temida corrupción y para eso se puede utilizar el método AMCE, Análisis Modal de la Corrupción y sus Efectos.
Por medio del AMCE se analiza la Probabilidad de Ocurrencia, la Probabilidad de Detección y la Gravedad de la posible corrupción y se calcula asignando valores de uno a diez, a cada una de las variables anteriores, para terminar multiplicando las tres cifras asignadas; pudiendo llegar a alcanzar los 1.000 puntos, siendo deseable que no pase el índice de riesgo global de 100 puntos y cuanto menos, mejor.
Un buen nivel en la lucha contra la corrupción en las empresas se puede conseguir con una transparencia veraz, tanto interna como externa, estar informados facilita una buena gestión ética y la desinformación favorece la creación de dudas y sospechas. Unas buenas relaciones interpersonales, también va favorecer un limpio clima laboral, aumentado la confianza y el trabajo en equipo entre todo el personal de la organización.
Pero para llevar a cabo todo esto es necesario que el personal esté formado en competencias transversales, aquellas que se refieren a los comportamientos y actitudes de las personas, que generalmente, en los sistemas educativos difícilmente se contemplan. Las propias empresas pueden programar actividades que vayan formando a toda la plantilla en estos temas, por medio de seminarios, charlas, etc.
Para terminar, trasladamos lo que decía Aristóteles: “Educar la mente sin educar el corazón, no es educación”

 
							 
							