El rincón del asesor Opinión

La educación financiera que falta en el colegio

EL RINCÓN DEL ASESOR

Andrea Carreras Candi
EFPA ESPAÑA (ASESORES FINANCIEROS)

El modelo educativo español ha ido evolucionando de un modelo teórico a otro más enfocado a la práctica. Sin embargo, sigue sin colocar en el lugar que se merece algo tan importante como las finanzas personales, que deberían ser una asignatura troncal desde el primer día. ¿De qué sirve que un joven sepa resolver ecuaciones complejas si, al llegar a la vida adulta, no entiende una nómina, un préstamo o cómo organizar su presupuesto mensual?

En un país donde buena parte de la población reconoce dificultades para comprender conceptos financieros básicos, introducir la educación financiera en la escuela es una necesidad. Según el Eurobarómetro de la Comisión Europea de 2023, solo un 18% de los ciudadanos de la UE alcanza un nivel alto de conocimientos financieros, lo que confirma hasta qué punto sigue siendo urgente reforzar la formación desde edades tempranas. No se trata de convertir a los alumnos en inversores prematuros, sino de darles herramientas para afrontar con confianza las decisiones cotidianas que marcarán su futuro.

El primer aprendizaje debería ser tan simple como poderoso: aprender a elaborar un presupuesto. Saber cuánto dinero entra, en qué se gasta y cómo se distribuye genera una conciencia que, trasladada al futuro, permite manejar con solvencia decisiones más complejas, desde una hipoteca hasta un proyecto personal. Puede parecer algo elemental, pero muchos adultos nunca han adquirido este hábito. El último informe de EFPA Europa refleja, de hecho, que solo un 11% de los encuestados afirma conocer con precisión sus ingresos y apenas un 9% lleva un registro detallado de sus gastos, cifras que evidencian lo poco extendidas que están estas prácticas básicas. Incorporarlo en la escuela contribuiría a normalizar la planificación y a enseñar a los jóvenes que organizarse es el primer paso para ganar libertad.

También resulta esencial acercar a la población, de manera sencilla, a los productos financieros básicos que formarán parte de su vida adulta: cuentas corrientes, tarjetas, préstamos o seguros. Firmar un contrato sin comprenderlo es demasiado frecuente, incluso entre adultos, y la mejor forma de prevenirlo es enseñar desde la escuela qué significan términos como TAE, qué condiciones revisar y por qué conviene comparar antes de decidir. Del mismo modo, conviene explicar con naturalidad cómo se interpreta una nómina o qué implica la declaración de la renta. Retenciones, impuestos o cotizaciones sociales son conceptos que deberían formar parte del bagaje escolar, no de un aprendizaje tardío y forzoso.

Quizá lo más transformador sea enseñar a mirar hacia adelante a los jóvenes -lo que no se aprende o se practica pronto tiende a olvidarse y a no impulsarse-. Tendemos a pensar en el presente inmediato, pero la educación financiera debería abrirles la perspectiva de futuro: planificar estudios, emprender un negocio, comprar una vivienda o incluso pensar en la jubilación. No hace falta hablar de mercados complejos, basta con mostrar que la constancia, la diversificación y la planificación a largo plazo son aliados para alcanzar grandes objetivos vitales. Y, junto a ello, transmitir que el asesoramiento profesional no es un privilegio, sino un recurso accesible para tomar mejores decisiones.

Por último, en un mundo saturado de información y de mensajes de dudosa procedencia, la educación financiera debería ser también un entrenamiento en pensamiento crítico. Aprender a distinguir entre fuentes fiables y consejos interesados es, en sí mismo, un acto de protección. Una decisión tomada siguiendo un bulo puede costar años de esfuerzo, mientras que contar con criterios sólidos aporta seguridad y confianza.

Si logramos que estas lecciones se transmitan en los colegios, habremos sembrado mucho más que conocimientos: habremos inculcado hábitos duraderos y una mentalidad orientada al futuro. La educación financiera no debe ser un complemento, sino un pilar de la formación ciudadana. Porque entender cómo funciona el dinero no solo permite tomar decisiones económicas informadas, también construye una sociedad más preparada, consciente y resiliente.

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