David Viñuales Alquézar
Profesor de procesos comerciales
alquezardavid@gmail.com
Mi querido sobrino Orugario:
Cuando llegues a la Tierra te encontrarás con una raza humana que, desprovista de referentes, estará ávida de que les susurres al oído. Tu tío ha hecho un gran trabajo, no en vano se más por viejo que por diablo, y antes de mi merecido retiro te lego en la humanidad un escenario maleable que zozobra. Ellos creen que no, que no son manipulables, y que lo que hacen es fruto de su decisión racional, se sienten semidioses en su evolución digital y moderna ¡Oh, infelices! Desconocen que el cerebro de cuando vivían en las cavernas y corrían raudos a cazar cada mañana para comer, y temían la noche, es el mismo cerebro que hoy en día tienen, que no ha evolucionado nada. Lo sé porque yo llegué a la Tierra entonces. No obstante el modo de vida ha cambiado mucho. Y por eso, querido sobrino, puedes convencerlos de lo que quieras.
En esta, mi última etapa en la Tierra, he conseguido que compren cosas que no necesitan, en un intercambio muy alejado del de subsistencia, pero mi obra maestra es que ellos piensan que son necesidades cuando en realidad son deseos y anhelos. Me he aprovechado de alguna grieta que dejó ÉL al crearlos, eso que llaman pecados capitales. No resulta difícil convencerlos de que sean de una manera u otra, compren, se emocionen, se enojen o se alineen con una ideología. Simplemente, tú toca resortes como la lujuria, envidia, pereza, avaricia… Susurra cualquier frase impregnada de estos pecados al oído del ego… “Con esta crema estarás más guapa, con esta camiseta las chicas se te echarán encima, esta moto te dará la libertad, extrema lo que subas en tus redes sociales para obtener más likes, ¿tu amigo se ha ido de viaje y tu no?, mereces este coche, te llevamos todo a casa tú no te muevas…” No reconocen que son tan primarios como hace miles de años, que los instintos que les condicionan son los mismos. Han sustituido la caza y la recolección por la compra y el consumo. El cerebro humano se ha domesticado, pero no ha evolucionado. En ese desconocimiento reside nuestra virtud y nuestro éxito, Orugario.
Atento sobrino, porque en su condición de animal social viven conectados pero no saben con quién, ni dónde. Son entes con intereses en común, pero erráticos. Son tribus gigantes dispersas por todo el mundo. Los jóvenes tienen más en común con un joven de la otra parte del mundo que con su propia prosapia. Son tan tribales que les he vendido, sin gran esfuerzo, abundantes pantalones tejanos rotos, con agujeros, mucho más caros que los nuevos. Lo he hecho pagando al líder de la tribu para que los lleve, y la envidia ha hecho el resto. Y como se comportaban todos los de la tribu igual, pues todos quieren ser aceptados, a eso lo he llamado segmento de mercado. Me ha venido bien para beneficiarme al máximo de cada humano.
Y es que, querido Orugario, he disfrutado tanto que el retiro se me antoja anodino. He visto como se mienten a sí mismos tantas veces, convenciéndose de que las cosas que compran las pagan con dinero. Sin embargo no se dan cuenta que las pagan con años de vida. He sido testigo de más de mil generaciones, y nunca, a un viejo diablo como tu tío, le había sido tan fácil como ahora tergiversar el ego y el subconsciente. ¿Sabes por qué? Porque no nos temen. No creen que existamos. Ni nosotros ni ÉL.
Que así sea.
Tu cariñoso tío
ESCRÚTOPO.
“Sirva este texto como mi pequeño homenaje a un gran libro, que posiblemente esté haciendo polvo en muchas estanterías, por ser considerado moralista, pero que permite una doble lectura: Cartas del diablo a su sobrino”.